miércoles, 25 de abril de 2012

Mi carrera deportiva


También podría titular a esta nueva inconexión (inconexa, pero cierta) El suelo II. Leeréis por qué.

Situación 1: tercer día del inicio de mis entrenamientos para lanzar en unas semanas mi meteórica carrera deportiva (NdelT: cuando llega la primavera a los grandes-almacenes-cuyo-nombre-todos-conocemos llega con ella a mi mente el desagradable soniquete repetido en todo anuncio de radio que se precie –“operación bikini”- y la imagen de mis lorzas aumentadas a costa de muchas horas de silla y codos me castiga. Resumen: yo también me uno a la ruta del colesterol. Y (motivo para aumentar exponencialmente mi depósito de felicidad) poco a poco estoy consiguiendo correr. Hacer running, que diría la gente guay. Supongo que se debe a una mezcla de la fuerza de voluntad, la envidia cochina que me hace enverdecer cuando veo a jóvenes aquíleos que corren cuales guepardos africanos (y para colmo huelen bien-duda existencial: ¿la gente se perfuma para salir a correr?-), mis zapatillas feas a la par que ergonómicas, y una creciente obsesión por la salud (síndrome del estudiante de Medicina- he de decir que no, no soy de las que se levanta al espejo a buscarse la mancha café con leche ni nada por el estilo-).

Total. Día sí, día no, mi meteórica carrera deportiva se va forjando y el michelín va decreciendo. Pero, ¡ay, pobre de mí! Sigan, sigan.

Situación 2: hoy, después de una tarde de Neuro Pediátrica guay del Paraguay me emociono y empiezo “el entrenamiento” un poco más rápido de lo normal (“Estoy en el tercer día, seguro que ya soy como Usain Bolt”, me digo), y cuando comienzo con los minutos de running, yo, toda torera, subo y bajo las cuestas de un parque. 
Resultado: ligero flato (y ligero dolor lancinante en ambos hombros por la irritación diafragmática que provocan mis vísceras botando alegremente). 

Total (sí, además de una deportista de élite soy una persiana, ¡así me horneó mamá!), a pesar de los pinchazos en múltiples niveles, yo, que soy una valiente, sigo corriendo. Y lo veo. El edificio enorme de ladrillos marrones recortando en silueta en la lejanía del horizonte. Con sus letras amarillas. Mi hospital. “Cómo me gusta”, pienso, “aunque menos mal que me estoy convirtiendo al vidasanismo y seguro que no iré allí más que a estudiar y trabajar”.

Cinco segundos después, cruzando un paso de cebra, y con la feliz idea de “¡Uaaau! ¡Qué guay es correr! ¡Qué súper sana soy!”…¡Patapláf!


Sí. Señoras y señores, mi carrera deportiva de hoy concluyó frenando de manos (contusionadas, eritematosas, doloridas y algo fibrosadas) sobre el asfalto, que no de boca y sin dientes y atropellada por el coche que pasó por el lugar siete segundos más tarde.

Conclusión: hay que reírse de la vida, y de uno mismo.
Buenas noches :)

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