martes, 18 de marzo de 2014

Esta tarde: de ganas y presentes.

Por no tener orden ni concierto, por no querer dejar tiradas a palabras que mucho me ha costado escribir –y ahora comprenderán por qué- , hoy me excedo y "hablo" de más. Hablaré de regalos y hablaré de ganas.

En un día de mir vida les contaba, hace ya algún tiempo (qué rápido pasó, en el fondo), que cuando salía- y salgo- a pasear a Reina por la mañana- mañanas gélidas, mañanas frescas, mañanas de viento y de calma, mañanas bochornosas que hacen, en verano, que nos demos la vuelta antes y con tiempo- miro hacia arriba. Es una secuencia aprendida e inconsciente: salgo, tomo conciencia de cuánta luz hay ahora en la calle, miro a un lado y a otro, y, cuando alguna casa más baja deja el espacio suficiente, miro al cielo. Cielos de primero de agosto, cielos de diciembre, cielos de luz cegadora y cielos de gris. Y cielos recién levantados, eso siempre. Por obligación o por placer (aún cuando me tomen por chalada), suelo madrugar. Puede que sea también un poco de ansia viva, egoísmo al fin y al cabo. Porque, cada vez que madrugo y miro al cielo, recibo un regalo. No fue fácil darme cuenta, y es que creo que es cuestión de práctica, de pararse a observar. El regalo está ahí, pero no esperes un bonito papel floreado y cintas de colores, no: es TU propia elección, como en un dichoso examen tipo test con cinco opciones, el que cada día nuevo sea un presente-con sus múltiples acepciones-. 

...Dicen que “Cuanto menos haces, menos quieres”. Eso, o algo parecido, es lo que hay quien dice tratando de justificar la pereza. ¡Ay, la pereza! Con qué pasmosa facilidad se abre paso la pereza en esta mi vida ociosa. Cómo llega, discreta pero segura, y ahueca cojines para instalarse en mis días vacíos de preocupación real. Estos días que tanto deseé se me escapan, distraídos, de las manos como el viento arranca un papel que no sujetabas con fuerza suficiente. Tedio y pereza que pretenden arrasar con todos y cada uno de los puntos negros que preceden a cada ítem de aquella lista que elaboré, “Cosas que hacer después del MIR”, y que reside a caballo entre mi cabeza y mis cuadernos.  

Tienen un efecto sumativo vagancia y sueño: cuantas más horas gasto durmiendo, más ganas de volver a la cama tengo al despertar. Y yo, que soy muy ahorradora y creo que mi tiempo es un regalo, cuando veo que acechan me meto en mi papel de reinona medieval tremendamente poderosa y los destierro, como si fuesen los más peligrosos villanos del reino. Ojo: esto no es una norma general. Si así fuera, la habría patentado y estaría forrándome a costa de la tremenda productividad del mundo en general. Obedece más bien a esa frasecita de marras que, pongamos por caso, nos repetían con frecuencia en nuestra más tierna infancia cuando no teníamos ganas, por ejemplo, de hacer la tarea de, por ejemplo, Mates: “Si no tienes ganas, las pintas”- un breve inciso: a mí Mates es que me producía hasta dolor de barriga-. Y sí, aunque cuesta (como todo) las ganas también se pintan. Actitud, que las llaman también.

Esta misma tarde me he obligado a agarrar pinceles y ponerme a ello. Un mes es el tiempo que resta para que el día M (de MIRnisterio de Sanidad) haya llegado. El día en que he de decidir el rumbo de mi vida (no sólo profesional, aunque así lo parezca). Y, como el reloj comienza a pisarme los talones, esta tarde, con la luz a la espalda, la Gorda al sol y los pajarillos volviendo a cantar en estos días de marzo, cuaderno en mano, he escrito pros y contras de las 3 especialidades que contemplo escoger *. Escrito, sí: no hay nada como “pintar” pensamientos. Cuando no los atrapas en papel, cogen una velocidad de vértigo: resulta mareante. Llevan razón quienes dicen que no hay que darle tantas vueltas a la cabeza (y permitidme un consejo, chicas-exclusivamente-: si sufrís de síndrome premenstrual NO le deis vueltas al coco en esos días. Puede parecer una tontuna o una obviedad, pero pensar con el humor alterado juega en tu contra).

Esta tarde, más tarde, con el sol cayendo, hemos salido a pasear, otra vez. A buscar esos regalos: en forma de atardecer, de caricia del viento, de caricias a la peluda de Reina. De sentirse útil porque unas chicas se te acercan a ver si las puedes ayudar con una dudilla de su trabajo de inglés. De seguir sacando conclusiones: eso sí que es un regalo para una indecisa nata como yo. Hemos salido a conversar con don Urbano un ratín: “¡Si usted viera, don Urbano, cómo están ahora los almendros!” . A saludar a los vecinos a los que se saluda con más alegría que puras formas. A desterrar también al invierno, a sabiendas de que aún vendrán días de frío intenso.

Esta tarde, en definitiva, hemos salido a pintar las ganas, o a sacarlas del baúl; qué importa: el caso es que se pasen por aquí con asiduidad. Y mañana, a estas horas, tras vagar como alma en pena por distintos hospitales, estaré de vuelta en casa con un cuaderno cargado de información y, ojalá, de más conclusiones.

*Para los curiosos –yo tiro la primera piedra- , y porque toda opinión y ayuda será bienvenida, las especialidades que me planteo son Anestesiología, Pediatría, y Ginecología y Obstetricia. Ah, y algún día os contaré quién era don Urbano ;)






jueves, 6 de marzo de 2014

De jornadas postmir y bombas de Hiroshima: sacando conclusiones

Yo quería ser camarera de discoteca. Tal cual. Ni peluquera, ni profesora, ni médico. Bajo ningún concepto me imaginaba siendo médico. Cómo siquiera iba a pasárseme por la cabeza a mí. Yo, que con apenas ocho años, entre clase y clase en el conservatorio, hacía una visita al trabajo a mi madre, matrona, a la que solía pillar “con las manos en la masa”. Y no sabía ya qué hacer, si apretar los dientes, taparme los oídos, clavar las uñas al sillón, o salir huyendo despavorida para no escuchar los alaridos de dolor y la letanía resignada de las parturientas. Yo, que apenas entraba por la puerta del hospital y ya notaba los síntomas del presíncope. Yo, que convulsionaba ante la visión de la sangre.

Años después estoy aquí, disfrutando como puedo de las vacaciones más largas de mi historia mientras varias mini-yo convertidas en futuras médicos especialistas se tiran los trastos a la cabeza dentro de la mía propia para ver cuál de ellas gana la partida en este juego, más complicado de lo que pensaba, del “¿Qué vas a ser de mayor?”.

Por unas u otras razones, me hablaron de la preparación del MIR en sus múltiples facetas, pero nadie me contó que la bomba de Hiroshima haría explosión a pequeña escala en mi centro de la decisión, que, con todos los centros que posee el señor cerebro, digo yo que también andará por ahí. Y, bueno, no se lo cargó del todo, menos mal; pero sí causó desperfectos que lo removieron lo suficiente como para apuntarme a las “jornadas postmir” de mi academia. Total, si no me servían de mucho al menos me reunía con mis chicas en Madrid.

Bajamos del bus en Avenida de América buscando encontrar algo de claridad en medio de la maraña de inconexiones y emociones que durante días y días han fustigado mi pobre cabeza, a veces al borde de la claudicación. Buscaba escuchar de boca de adjuntos y residentes alguna palabra mágica que abriese una puertecilla en el fondo de mi ser para dejar salir a esa sensación, que sé que tiene que estar en algún rincón, ésa que te dice “la has encontrado, esta es tu especialidad”. Quería ver la luz. Esperaba que, con esos lemas en los que tanto se recrean las academias MIR (lemas un poco película americana, como “sois triunfadores”), mi pobre autoestima, maltratada en este subir y bajar de puestos, se repusiese un poco.

Ay, ¡pobre ilusa de mí! No sabía que, si no formas parte de ese submundo feliz y afortunado de “los mil primeros”, te daban una palmadita en el hombro y te mandaban suavemente a ir pensando en otra especialidad, como si un hospital pequeño no pudiese ser, ni por asomo, bueno para formarte en algunas de ellas. Qué puñetera es la suerte, qué perra esa neta y pico que te sube o te baja cientos de puestos y te hace sentirte inferior, cuando en realidad eres tanto o más merecedor de esa plaza como aquel que sí accederá. Como dijo el doctor Marañón “las oposiciones son el más sangriento espectáculo nacional después de los toros”.

No obstante, asumida la “realidad” y desechados los pensamientos absurdos y derrotistas, estoy contenta: estos días, algunas de las charlas y las visitas a hospitales me han servido para sacar algunas conclusiones. Buenas conclusiones, y buenas vibraciones. Y no, no he visto la luz ni he escuchado ninguna palabra mágica, pero alguna mariposilla perezosa ha hecho de las suyas en mi estómago: un poquito, otra vez, para así dar un respiro a mi cabecita loca. Ahora sé que puedo empezar a elaborar la famosa lista: mi lista.