Estaba lloviendo,
como no podía ser de otra manera. Nos apostábamos cada una en marcos
enfrentados de la puerta, dejando pasar entre cuerpo y cuerpo toda la claridad
que era capaz de ofrecernos aquella tarde gris de abril. Me apoyé contra la
encimera y eché una mirada lastimera a las gotas que se perseguían unas a otras
por el cristal, casi suplicándoles que dibujasen al resbalar la respuesta que
llevaba buscando días y más días. Y es que, por fin, sabía lo que quería. Sabía
dónde quería estar. Tenía mi plan A, pero me faltaba el plan B. Había sido poco
previsora, demasiado optimista, o incluso demasiado realista.Había tachado dieciocho de mis veinte plazas favoritas. Sea como fuere,
no sabía qué hacer si el día se me torcía. Así que, como no sabía qué hacer,
hice galletas. Hice también unas llamadas, buscando la luz. Tila doble, y a la
cama. Dormí bien, del tirón, aunque tuve un despertar precoz, causado por ese
algo que se había instalado en mi tripa sin pedir permiso.
Viajábamos,
y sonó en la radio “Terriblemente cruel”, que me apetecía tararear desde hacía
días; pero desprecié el guiño que me hacía la radio, como diciendo “este va a
ser un buen día”, no fuera a ser que me pasase de entusiasta una vez más. Se
asomaba Madrid, y dejábamos a la izquierda un edificio altísimo al que apenas
me atrevía a mirar. No vaya a ser que no haya suerte, me dije. Aunque, después de todo, al final iba a tener que empezar a fiarme de las señales: aparcábamos
justamente enfrente de la puerta del Ministerio de Sanidad.
Faltaban
casi tres horas aún para cruzar esa puerta, ya atestada de gente, a pesar de no
haber habido turno de mañana. Sin hambre, acabamos en un Vips picando algo, con
los nervios reconcentrados y la atención dispersa, mirando a todas partes y
viendo a más mires por doquier. Quise hacerme la Sira Quiroga y averiguar qué
planes tenían los demás, pero no estoy hecha para el espionaje.
Paseamos
por el Barrio de las Letras, y por vez primera miré con otros ojos a esas
fachadas: a pesar de ese scalextric que iba a toda pastilla en mi estómago, a
pesar de que podía ocurrir cualquier cosa. Porque Madrid, en cuestión de
minutos, iba a convertirse en mi nueva ciudad.
Y es que
no tuve que echar mano del plan B. “Buenas tardes”, “Buenas tardes”. DNI,
pegatina roja y p´adentro. Un pasillo laaaargo, largo. Y flechas a lo largo del
mismo: “Elección de plaza MIR”. Mariposas.
Casi una
hora de espera. Los electores íbamos pasando y tomando asiento donde nos
indicaban. Yo tenía frío, tenía calor. Me escribía por whatsapp con mi copilota
favorita. Bebía agua. Cualquier cosa era válida para tratar de aplacar mis
nervios. Aunque fuera en vano. Mirada furtiva a la izquierda: “Izaskun
noséquéberría”. Bien. “Esta chica seguro que tira para el Norte”, me digo. Mirada
furtiva a la derecha: el novio de mi (rezaba, por aquel entonces) coR.
Paranoia. Total y absoluta. Perfectamente sistematizada, señores. “Seguro, ¡seguro!, que coge lo mismo que ella, y va y me la quita. ¡Este chico me la
quita!”. Veía el fin. Lo veía con claridad. Y mi plan B me saludaba sonriente
desde el otro lado, y yo no quería mirarle, ni de reojo siquiera: “Es que no te
conozco, Ramón, querido, sólo hemos hablado por teléfono”, le decía, dándole largas.
Pero lo
repetiré hasta la saciedad mientras dure la racha: chica con suerte, ésa soy
yo. Los 10 primeros suben al estrado: Psiquiatría, Urología, Oncología,
¡Traumatología!, cogió aquel al que yo daba por ladrón seguro. Granada,
Tenerife, Zaragoza. Bien: vamos bien.
10
siguientes: ahí estoy yo. Cojo todos mis cachivaches y subo. Sigo atacaíta. Me
adelantan por la derecha, ras: 1764, mi predecesor, que dice que espera a la
novia. ¡Qué bonito es el amor; más, si cabe, en este preciso instante! ¡Un
contrincante menos!
Siguen eligiendo, y mis dos ansiadas plazas siguen ahí. De
repente, adiós nervios. Adiós a meses de dudas, de medias tintas, de
incertidumbre. Sólo quedan dos por delante de mí, y la primera persona no la ha
escogido: sé que mi plaza es mía. Hola alegría indescriptible, hola subidón de
adrenalina. Me acerco a los funcionarios y lo digo, muy clarito: Anestesiología
y Reanimación en el Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid. Y, digo yo, debió embargarme la emoción, porque, casi levitando, sonrisa puesta “de lao a lao”,
me dispuse, tan pancha, a bajar del estrado sin pulsar el archifamoso enter.
Carcajada general por parte de los 330 compañeros que permanecen en sus
asientos. Me uno a ellos, y pulso el botón. Ahora sí :)
Salgo a la calle: son las cuatro en Madrid.
Mamá.
Tremendo abrazo.
Conseguido :)