martes, 5 de noviembre de 2013

Un día de MIR vida

Silbido estridente. Muuuuuuuuuy estridente. Una musiquilla medianamente machacona, con un regusto discotequero de los 90, le acompaña. ¡Bien, fiesta! ¡Bailemos! El silbido continúa. Vale: me he precipitado. Son las 7.25 h de la mañana. Fiesta no. Fiesta cero. Es el despertador. Moves like Jagger fue la única canción “potente” que encontré en mi móvil cuando, desesperaíta tras quedarme dormida sucesivas mañanas, la escogí como melodía matutina. Ahí sigue, y yo, a Dios gracias, de momento no he vuelto a despertarme hora y media después de lo programado. Efectividad comprobada.
Así que me levanto. Me visto. Desayuno, con muuuuuucha calma. No podrán reñirme con que me voy “al cole” sin desayunar. Reina también desayuna, una galletilla cero, cero. Sin sal, sin azúcar, si me apuras debe ser más aire que galleta. Pero ella, tan contenta. Es de lo poco que mastica, la muy ansiosa. Después del café, estamos listas para la vida moderna: correa, zapatillas, y al alba, que no a la calle, porque a ésta aún la están poniendo. Reina renquea; si es que es demasiado temprano. Yo insisto, no cejo en mi empeño de que no se convierta en una perra bola. Caminamos. Amanece. Y, mientras ella olisquea sabe Dios qué (pises ajenos, en el mejor de los casos, supongo), yo observo-que no miro- hacia arriba, sintiendo el fresco aire mañanero…

…Al cabo de una hora vuelvo a casa; ahora, por fin, con las orejillas heladas. Subo la persiana de mi más alta torre. Otro día más. No sé cuántos días llevo, ni cuántos me faltan. Sólo sé que, en meses, son ya menos de tres. Como las vacaciones de verano, que siempre se nos hicieron cortas, así pasarán ellos, entre castañas, turrón y cuesta de enero.
Vamos: ¡todo tuyo, chica! Abro manuales, recopilo esquemas que han dormido esparcidos por la enorme mesa. Ufff, demasiada luz. El calorcillo que me regala el sol tras los cristales antagoniza velozmente el efecto del café. Será mejor que vuelvas a bajar la persiana, me digo. Flexo. Calefactor. Manta. Botas de lana y calcetines gordos. Sí, soy muuuuuuy friolera, y mi quehacer no requiere, precisamente, actividad física.

Venga, veamos qué toca hoy. “Una oportunidad de integrar la Medicina”, nos dicen. Suena bien. Lo que no suena tan bien es “Inmunodeficiencias”. Esto de revisar 6 años en 6 meses es, como decía Forrest Gump, como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar. A mí me sabe rico cualquier bombón, pero si me toca el de licor…no lo saboreo tanto, me aburre, ¡me satura tanto sabor! Pero no me dejo amedrentar. Así que leo. Subrayo. Esquematizo. Dibujo calaveras en las causas de muerte, y caras sonrientes o tristes para los pronósticos. Eding azul para el tratamiento, lila para pruebas complementarias. En rosa, muy rosa, lo importante. Exclamaciones. Mayúsculas. Doblar la punta de los Pilot. Manías y una tremenda querencia por cualquier objeto que se venda en una papelería hacen que, al final del día, los conocimientos no sé si se quedan conmigo, pero mis dedos quedan como si viniese de colorear con mis compañeros de guardería.  
Tapones que me quito y que me pongo, en función de cuánto sean mis sentidos capaces de ignorar la megafonía de mis amigos el chatarrero y “La Rubia de las naranjas”.
 Grrrrrrr. Ooops, ése ha sido él; ese grandullón-que debe serlo, porque si no, no lo entiendo- que es mi estómago insaciable, gruñe, avisándome de que El Jefe, ése que habita en mi cráneo, necesita combustible.
Como algo, comparto un poco con La Gorda. Abrazo a mi madre. A mi hermano no, porque está en el instituto, y además, huye de mí, como buen quinceañero hormonado que se precie. Pero doy abrazos, muchos; son de esas cosas que nunca sobran, y que se venden demasiado caros.
Reina y yo volvemos a la más alta torre. ¡Qué haría yo sin mi compi! Continuamos. Ella roncando, yo a lo mío.
Y claro, dicen que todo se pega. Y Morfeo trata de seducirme a mí también, contoneándose entre palabrejas como Adalimumab y colecistopancreatografía retrógrada endoscópica. Pero qué golfo. ¡Fuera!, le increpo, estirándome y bostezando ampliamente para facilitarle el exilio.
…Saco la lengua. ¡Bien! No sé cómo, ni por qué (¡¿debería?!, ¡¿es pregunta MIR?! :O), pero si estoy estudiando, pintando, o cualquier cosa que precise dedicación mental plena, que saque la lengua es la señal de que he llegado a mi máximo de concentración. Gracias, lengüecilla. Continuemos para bingo...


Y así se suceden los días, una mezcla entre fiesta y monotonía. Con su estudio en horario de mañana y tarde, con sus siestecillas después de comer, con las caricias a mi compi de estudio, con los abrazos, con el estómago insaciable y la lorza en cuarto creciente, con algo de deporte para sudar y desfogar, con alguna llantina hormonodependiente, para no perder la costumbre. Ni es tan terrible, ni tampoco tan fácil. Así transcurren las horas en esta carrera, poco a poco más a contrarreloj, de objetivos diarios a alcanzar, de simulacros y de reglas mnemotécnicas, cuanto más absurdas, mejor. Es una vida, un poco, de bebé: comer y dormir, y estudiar. Así es un día de MIR vida.

¿Algún/a maniático/a más en la sala? 
Vamos, babies, ¡podemos!

miércoles, 2 de octubre de 2013

El incidente de la taza de té

“¡Mieeerrrrrrrda!”, ha sido lo primero que ha venido a mi mente. Malsonante y potente, apto para desfogar. Un movimiento sexy, y ¡pum!, la taza de té derramada sobre los apuntes y el libro de Desgloses. Pero, aplicándome aquello que tan beneficioso es (buscar el lado positivo de las cosas), he respirado hondo, me he armado de paciencia y pañuelos de papel (que era lo que más a mano tenía), y he recogido el líquido caliente. Y así, despacio y con calma, me he dado cuenta de que, ¡anda!, existe un cacharro llamado secador. Así que, escaleras abajo, he recogido a mi “ufesa de tres motores”, y me he dedicado a secar el libro gordo. Los apuntes eran borradores, ¡menos mal!, y han ido directos a la papelera- eso sí, estiraditos, por si se secan y hay algo legible que sirva como testimonio gráfico de que algo útil hice ayer-. 
Así pues, enumero: enseñanzas extraídas del incidente del té:
1.  Con calma se piensa. Si se piensa, se actúa mejor. Si se actúa mejor, evitas un cabreo gratuito que podría haber hecho de tu día “un día horrible”. Relativizas, que es algo estupendo que a menudo nos olvidamos de hacer.  
2. Cuando ves que la bola de nieve del “día horrible” va rodando cuesta abajo y haciéndose más y más gorda, amenazante, quizá es que estás empezando a acumular preocupaciones y necesitas desfogar, de un modo u otro.
3. Era una señal. Una señal de que no, Hematología tampoco es lo mío.

Por ello, he desfogado lagrimilla mediante durante un rato, y ahora, con algo menos de “emociones acumuladas”, ¡vamos a comernos la Hemato!


(Estoy ya en el ecuador de mi MIR: 4 meses que pasarán tan rápido como lo han hecho los 3 precedentes, y con horizontes alentadores: una semana de merecidísimas vacaciones que incluye cuatro días en Lisboa en maravillosa compañía, y cumpliendo propósitos- véase disminuir mi nivel de exigencia/perfeccionismo-; por ejemplo, escribiendo post tan “chorra” como éste ;)

¡Salud!

viernes, 23 de agosto de 2013

Secuestro veraniego en la más alta torre


Hace un rato, sigilosa, cómplice de la quietud de las largas tardes de verano que no debieran invertirse en otra cosa que no fueran siestas largas, asalté el frigorífico, más por aburrimiento que por hambre, y, vuelta escaleras arriba, me bebí un vasito de gazpacho bien frío (de acuerdo, un asalto en toda regla es sinónimo de cuchara sopera y excavación en tarrina de helado, pero…). Y me recreé en su color rojo, como lo hice con el olor de los tomates recién cogidos antes de que mamá los hiciera picadillo, literalmente. Y es que tengo que retomar las viejas y buenas costumbres, sobre todo en días (a punto estaba de escribir malos) regulares. Como escribir. Como la de ser más consciente de todo lo bueno que tenemos al alcance de la mano, la de sentirnos (sí, a nosotros mismos, porque estamos aquí, palpitando), la de no preocuparnos porque hoy no cumplimos con la planificación del día. Que mañana será otro día, y, como me dijo mi abuelo, con sus recién estrenados ochenta y seis curtidos años, tiene que haber de todos, buenos y malos. Contaba con ello. Incluso contaba con el “maldito karma”, que tan pronto hace que tu productividad sea cero como te quiebra las patas del somier para que te caigas al sentarte (verídico; ocurrido hace escasas horas.Que sí, que ése día se asoma el mal humor. Pero contaba con ello. 

(Hablando del karma, a La Gorda, en cambio, el karma ni le pasa de cerca: un huevo ha rodado por la encimera hasta precipitarse al suelo, y del suelo, crudo y con cáscara, enterito él, a su boca. ¡Pero qué bien sientan unas proteínas inesperadas!).

Así que, bueno, esta especie de secuestro consentido no podía sólo tener cosas negativas. Sigo aprendiendo, que es, probablemente, lo que más me gusta. Aprendiendo a obligarme a sonreír, porque funciona. A disfrutar de los escasos ratos libres. A saborear más que nunca el silencio; será porque escasea en estas noches de agosto. 
Mis bártulos y yo nos hemos trasladado arriba, alejados del mundanal ruido, creía yo, ilusa. “Huy, estudiando voy a tocar el cielo”, me dije cuando me dio la vena poética. Pero no: es el cielo quien me toca a mí, las narices, en concreto. Ah, y los martillazos del vecino. Y mis amigos los vendedores ambulantes. 
Bien. Continúo. Un maldito pájaro se planta en la antena de enfrente cada dos por tres y pía sin cesar. Pero bueno, qué leches: tengo un control del espacio aéreo que ya quisieran en Barajas. Eso sí, sin cobrar. Pero ya sólo por su sonido reconozco al helicóptero del Sescam, y sé que de diez a once los aviones, quién sabe por qué, hacen su particular reunión para romper, felices y veloces, la barrera del sonido. Pero aquí, tan alto, no me pierdo el arcoíris en las tardes de tormenta, y me abraza el olor a tierra mojada. Aquí, desde el tercer piso, veo cómo las tardes se rinden ante la ya menguante luna de agosto, cómo naranjas y azules se abrazan y se devoran cuando llega el ocaso.

Así que aunque este verano sea raro y en cuanto dan las diez sólo pienso en dormir, sé que todo pasará, que todo saldrá bien (“¡Adelante, mis valientes!”), y que, en unos meses, que llegarán antes de que nos hayamos dado cuenta, estaremos en Madrid decidiendo nuestras vidas. A pesar de que algunos no lo tengamos nada claro, a pesar de que últimamente mis sueños jueguen al escondite para que yo apenas los intuya. Pero “al andar se hace al camino”: seguiré recopilando pistas para dibujar el mío.

Como leí por ahí hace no mucho, “La vida es un 10% lo que vives, y un 90% cómo te lo tomas”. 




viernes, 28 de junio de 2013

La realidad

La realidad tiene celulitis y luce una epidermis blanquita como una tapia recién encalada. Que lo he visto yo, que pensaba que era la poseedora exclusiva de tales atributos, con estos ojitos en la playa el fin de semana pasado. Era uno de esos momentos de relax extremo en los que el nadaquehacer me lleva a analizar a los que me rodean como si fuese yo licenciada en Antropología. Fui testigo además de las lacras que aún atizan a nuestra pobre lengua castellana (acáchate por agáchate, en múltiples ocasiones y distintas conjugaciones), y corroboré que las conversaciones y hábitos de madres tienden a la globalización (gracias a ellas nunca pasaremos hambre. Jamás).

Pero la realidad, en realidad (y valga la redundancia) es que MIR verano ha comenzado. Nos han repetido hasta la saciedad que es una carrera de fondo. Mi ignorancia en lo que a modalidades deportivas respecta es vasta, extensísima, pero yo diría más bien que es una carrera de obstáculos, en forma de lo que podríamos denominar, en un alarde de elegancia léxica, "moscas cojoneras”. Que sí, que yo entiendo que tienen todo el derecho del mundo a trabajar, pero…¿es necesario, verdaderamente indispensable, que cada mañana pasen una media de cinco vendedores ambulantes anunciando sus mercancías y servicios a grito pelao? Ah, y los martillos neumáticos, y las carretillas elevadoras que hacen “pi, pi, pi” cuando van marcha atrás, que debe ser el 70% del tiempo. Y los mozos que presumen de altavoces en el coche y llenan el aire de expresiones como “boquita dulse” y “shainrái laik a dáimon”.

En fin. Obstáculos, muchos. Pero este tiempo “Asturias-like” ayuda. Son sólo unos meses más.


¡Podemos! 

viernes, 14 de junio de 2013

De sueños y Medicina

La biblioteca estaba desierta. Claro, era domingo. El señor bien vestido de perilla estudiada enumeraba las bondades del lugar. Yo soñaba despierta una vez más, y a ratos pensaba en el terrible examen de matemáticas que me esperaba el lunes.  Creo que aquella fue la única tarde en que le puse empeño a los números. Para que, así, los míos cuadrasen. Mi madre me observaba con ternura, casi más ilusionada que yo. Debe ser eso, ternura, con lo que miran las madres para seguir queriendo estrujarte entre sus abrazos hasta casi la asfixia cuando lloriqueas, moqueas y pataleas como si aún tuvieses dos años, para seguir con el oído alerta cuando les cuentas la misma historia por enésima vez.

Años después supe que aquel domingo una chica analizaba con ojos de bruja de arriba a abajo unos metros más allá. Escudriñó mi aspecto;  supe que por el lazo, vestigio de mi aún reciente y reluciente edad del pavo, que me anudaba a modo de cinturón pensó que yo era una pija malvada sin remedio. Lo supe porque me lo contó, cuando resultó que yo no eran tan pija ni ella tan bruja, y se fue convirtiendo en una de mis mejores amigas.

De vuelta a casa diluvió en la carretera cuyas rectas y curvas he acabado por memorizar. A modo de aviso de que la lluvia me acompañaría en los días más cruciales de mi vida. Así que, que nadie se sorprenda si esta tarde hay tormenta.

Unos dos meses después supe que mi nombre y apellidos figuraban en la bendita lista de admitidos. El sueño despertaba. Aunque por aquel entonces ni yo misma sabía que era un sueño.

Fui una niña que jugaba a dibujar planos, a escribir malamente algún cuento, que quiso ser inventora y camarera de discoteca. Fui una niña desobediente: hice caso omiso de las advertencias de mi madre. Ella conoce bien las noches de insomnio,  las heridas que no cierran y que no paran de sangrar, las lágrimas que no encuentran consuelo y las vidas que se parten. Pero también sabe de pasión, de vocación, de belleza pura; de la felicidad personificada en cuerpecitos de dos kilos trescientos y padres recién estrenados son sonrisa de bobos. Ahora, ella se alegra casi más que yo de mi decisión.

En septiembre de dos mil siete seguía siendo una niña. Aún lo soy. Nunca se deja de crecer, nunca se deja de aprender. Esa niña se enfrentó un domingo noche a la soledad de un cuarto nuevo y una maleta roja. Sin ser siquiera consciente de que su vida, de verdad, acababa de comenzar.


Y han pasado seis septiembres, y han sucedido millones de momentos (ya os decía que no se me dan bien los números).
Primero y Segundo. La primera vez que recorrí el camino hacia el edificio de suelos grises, junto a mi copilota favorita y al oboísta de ojos grandes y abrazos mayores; cuando al llegar saludé a la “amiga de”. No podía haber muchas más con ése nombre, con esa estatura ;).  El primer día: la encuesta que nos pasó la señora del moño-ensaimada sobre “qué hace una chica como tú en un lugar como éste”. ¡Comenzar a ¿estudiar? la primera semana! “Módulo Cero”, nos dijeron. De acuerdo, vamos a por ello: ¡todo tuyo, chica! La euforia adolescente de los primeros días en “la resi”, las caminatas nocturnas en pijama, felices, para perdernos en algún bar. Con vosotras. Las fases 1, 2, 3, 4, 5. Y la merecedisíma fase 6. Las primeras veces jugueteando con el microscopio, hasta que, un día, logramos manejar el macro y el micro, y allí se disipó la niebla. Los eppendorf y el pipeteo en las interminables prácticas de Genética y Bioquímica. Y es que, “la lisina, si pudiera, ¡sería positiva de la muerte!”. Tardes, y mañanas, y tardes riendo y tratando de aprender algo en el subsuelo.
La primera disección no se me olvidará nunca. Se celebraba San Lucas, era octubre. Yo, que jamás de los jamases había visto más cadáver que el de algún triste animalillo, carne de cañón en la carretera, me apoyé, melodramática, en la pared antes de entrar. Exhalé, me convencí a mí misma no sé qué manera y entré para sorprenderme disfrutando al descubrir que las arterias tienen la pared gordita y no, ¡no son rojas!
 “Metaféis, anaféis, teloféis; si en inglés es casi igual, chicos”. Apuntes, apuntes, apuntes. En el título universitario deberían añadir “descifradora profesional de fotocopias ennegrecidas”. Comencé a alimentar la querencia por acumular fluorescentes de todos  los tipos y colores imaginables. Tantas veces traté de aprender el significado de esas palabras imposibles y otras tantas veces lo olvidé. Solución de continuidad. Gammaglobulinas. Rituximab. Pulso parvus et tardus.  Dignas del más malévolo de los conjuros de Harry Potter. Los temarios que pretendían que abarcáramos en tres semanas; pobres ilusos todos. Los lunes de fase uno de tiendas por el centro. Las inútiles exposiciones de fase 3. Las conversaciones gráficas en folios para matar el aburrimiento; fuimos las precursoras del whatsapp sin siquiera saberlo (deberíamos haberlo patentado, chicas). Ah, y el hombre de la máquina de café.
El ecuador, esa línea divisoria en que nos sentimos 3/6 de médicos. Las maravillosas clases de Semiología, y ésa clase de Radioterapia. Estudiamos, estudiamos, estudiamos. Codo, flexo, café. Café. Café. Café. Pero aquella primavera por fin nos abrió las puertas del edificio de las letras amarillas (y Pepe las del CAS). Y llegaron los pacientes, y tratamos con más o menos éxito de hacer nuestras primeras historias clínicas. Juan. Josefa. Benigno. “¡No, no! Te operaron de tatará-tas. Eran do-os”. Las primeras caminatas al “Perpe”. El día que la internista más maravillosa del lugar “me adoptó” y me hizo sentir que lo más mínimo que pudiera saber, ya era algo; con la que aprendí que a un paciente debes ofrecerle una sonrisa y saber que tiene nombre, y una historia detrás. Aunque su cama sea la 308-B, él no es sólo un número. Esas primeras veces en el quirófano, y la Rea: de ése día de prácticas no me olvidaré jamás. La primera y catastrófica OSCE. Y sus galletas y gominolas, el silbato, los biombos.
Cuarto. Dermatología. Pápulas, pústulas, ungüentos y modos casi de brujería. Psiquiatría; la más loca del lugar era yo. Los plantones en clase de Cardio, las prácticas en la UCI Coronaria, los electros que siguen siendo un misterio. Neumología: “¡Sóoooooooople fuerte!”, y espaldas cubiertas por los distintos colores de tres, cuatro, fonendos distintos. Ése médico: un auténtico dandy que huía de vez en cuando para volver, oliendo a tabaco y a perfume caro, y dar consejo antitabaco a sus pacientes. “Un placer; te has portado muy bien, señorita”, me dijo al acabar. Gine. Cómo mirábamos embobadas, matando el tiempo en el control, a los bebés que volaban en cunitas transparentes hacia nidos. Paritorio: el amor que se respiraba la noche que nació Vera, la cesárea gemelar, la gastrosquisis. Qué tarde salimos aquella noche, pero cuántos disfrutamos. Los rodeos para llegar a Eco de alto riesgo. Nunca me gustaron los caminos fáciles, y la casualidad bien merecía la pena.
Quinto: el drama. “Es imposible”, dijeron unos cuantos. “Es peor que Tercero”, se buscaban como excusa otros tantos. Pues también lo superamos. Las críticas a Natur House, las gordas que retienen líquidos o son hipotiroideas y las maravillosas clases de la doctora Lamas. Oncología. Le tenía miedo. La daba por odiada de antemano, ¡cómo no, con esas clases! Folfiri-folfox, folfiri-folfox. Me sorprendió. Me emocionó. Recordé qué es admirar a una persona cuando conocí a esos luchadores, que nunca te negaban otra historia clínica, otra exploración; jamás te hacían sentir como “otro con bata blanca que viene a dar el coñazo”. Que inundaban con su sonrisa enorme la habitación para saludarte al entrar. Que te hacían tragarte todos tus “horribles problemas”, a darte cuenta de lo que de verdad es un problema. Que lloran en silencio para reírse a carcajadas cuando llegan las visitas. Que pasean gotero y calvicie con una dignidad y un estilo que ya los quisieran muchos. Ahí es cuando aprendí que, ante todo, debo VIVIR.
Ésas clases de Anestesia, cuando sentí en lo más profundo que esto es lo que quiero hacer, cuando más lo necesitaba. A pesar de  “…Las situaciones tan jodidas que vais a vivir, porque eso es la Medicina”…“Y si no sois capaces de entender el sufrimiento humano, idos. Idos; idos, y marchaos a construir trenes, o puentes, o yo qué sé; yo qué sé”. Qué grande el doctor Peyró. El que aquel día en la Rea me hizo sentir algo más que un alma en pena que vaga en bata blanca por los pasillos, el que me arrancó los aplausos que tantas otras veces me he guardado, por ese estúpido miedo a lo que pensaran los demás, ésos que debieran pensar menos en sí mismos. El que pasó olímpicamente de hablarnos del traumatismo craneoencefálico y nos habló de la guerra, de María Zambrano, y convirtió la última lección en una lección de verdad.
…Después comenzamos a seguir aquella extraña moda. Los apuntes no se llevaban en carpetas, no: se transportaban en cajas. Llenas. Hasta arriba. Digestivo y Cirugía General. Desayunar con Chema y sus dos azucarillos en el zumo de naranja, comer con Chema, luchar contra el sueño postprandial con Chema. Porque las clases de Chema no acaban nunca, como su humanidad y su bondad; porque hace que no quieras que llegue la hora de irte a clase para quedarte a seguir aprendiendo. Salíamos de clase saludando a la luna y al frío de diciembre.
Las inolvidables clases sobre cáncer gástrico. Sobre la vida, más bien. Cuando el cirujano de risa contagiosa me presentó a las glándulas paratiroides. Es que lo vive. Es que lo sabe transmitir. Dios mío, no puedo dejar de sonreír recordando aquellos días. Como sonreí al descubrir en Viena los cuadros que nos mostraba en clase.
Uro y Nefro. Jamás pensé que podría disfrutar tanto estudiando un riñón. Cómo Juan nos trató como a colegas, nos emocionó con cartas plagadas de faltas de ortografía de sus abuelicos de la Sierra. Cómo aquella enfermera nos enseñó a sacar sangre. Cómo reí en Urología. Cuánto aprendí con el grandísimo doctor Olivas.
Pediatría. La sexta izquierda, por fin. No estaba del todo equivocada con ella. Lloré. Reí como nunca lo había hecho en prácticas. Sentí la piel suave de aquellos recién nacidos. Quieres no dejar de explorarlos nunca. Me regalaron más sonrisas que en seis años. Me sentí una más el día del “taller de la fruta”. Amé Cirugía Pediátrica. Me sentí parte de aquel quirófano, y eso es algo muy poco frecuente. Aprendí cómo se “regaña” a un paciente. Se me cayó la baba y alguna lagrimilla traviesa en la UCI neonatal; cómo no emocionarse con las nanas que esa mami cantaba bajito, escudada tras ese enorme carpetón con su historia clínica.
Ojos y viejos. Algún plantón a las ocho de la mañana, algún “no quiero estudiantes”. Hay médicos que aparentemente nunca fueron estudiantes; qué suerte la suya. Ellos me enseñaron lo que no quiero ser. Pero en la primera planta nos esperaban los cuatro chiflados que un día decidieron que a quienes ellos iban a ayudar era a esos viejos que nadie quería. Y me enseñaron a comprenderles, a reírme con ellos. Y esa mañana mágica de primavera. Y esa última OSCE derritiéndonos al sol de junio.
Sexto. Enfermeras que te regalan chocolate y residentes que te ofrecen guantes y yeso y te dicen “mánchate tú también”. Las clases de Urgencias. Cómo me conmovió la muerte del maestro que contaba chistes malos y que te reñía, para bien, al llegar tarde a prácticas. Porque él sí se responsabilizaba de ti. Él sí se preocupaba de dejarte un buen hueco subida en el cajoncillo de madera del quirófano para que vieses el latido de la carótida. Los últimos paseos al Perpe cuando aún no daban ni las ocho de la mañana. Neurología. Profesoras que más bien son auténticas maestras, y que, de paso, mientras te desmontan el mito de que esa cosa blandengue y misteriosa llamada cerebro es absolutamente fascinante, se convierten en colegas y te cuentan que un día decidieron que querían ser neurocirujanas y exploradoras. Que te regalan palabras y buenos ratos. Que te recuerdan que “…es TU tragedia”. Cuánto disfruté.
Infecciosas: “¡Pero chico!”, y un millón de anécdotas; por fin entendí algo de los antibióticos. Las últimas prácticas. El hombre amabilísimo de la imposible enfermedad actual al que historiamos medio sexto. Creo que jamás me voy a olvidar de la endocarditis infecciosa.

…Ahora hago la maleta por última vez en esta ciudad que echaré de menos. No puedo cerrarla, rebosa. Me llevo todos esos momentos, y más. Me llevo bien guardaditos en el corazón a mis maestros; a ésos que de verdad te enseñan, los que tienen el detalle de preguntar cómo te llamas, y hasta se lo aprenden. Me llevo a otra versión de mi familia: en la Facultad escogí a mis amigos, y ellos, a su vez, me escogieron a mí. Me llevo millones de folios y bastantes libros, pero ante todo me llevo lecciones no escritas.
Que nunca, nunca, nunca, se deja de aprender. Que al final se consigue todo: no desesperes. Que “nadie podrá con nosotros”. Que no hay suerte: que hay esfuerzo, que hay culo y codos, y ojeras de dimensiones astronómicas, y pilas agotadas. Que tendrás una de cal y otra de arena. Pero, con creces, mucho, mucho, mucho más bueno que malo. Que no has de dejar nunca de soñar, que debes dejarte acompañar por las canciones de tu vida, escribir, luchar. Que no hay nada más terapéutico que una sonrisa  y un abrazo fuerte. Disfruta de cada momento. Todo lo que hagas, hazlo porque lo sientes, porque lo necesitas, a veces porque te lo exigen. Pero hazlo con amor. Obsérvalo, escríbelo, dibújalo, grábalo con la cámara del móvil. Guárdatelo de cualquier manera porque sonreirás al recordarlo, a veces hasta llorarás. Que no sea de pena, que el arrepentimiento te sirva sólo para, la próxima vez, actuar más con el corazón que con la cabeza.
Crees que tu vida y tú estáis escritas, determinadas. Te aferras a unos principios que tú mismo te creas, o a los que más te convienen en ese momento. Pero nadie te había contado que la vida no es estática. Ni te lo van a contar, porque es algo que tú tienes que averiguar por ti mismo. Ése si es un imperativo que no deberías obviar. No vas a perderte, llevas un mapa en algún punto de tu interior que se va dibujando con cada paso. Pero salte del camino. Empéñate en abrir las puertas que están atrancadas, las que están cerradas con cadenas, al menos trata de asomarte por una rendijita en aquellas donde cuelga el cartel de “prohibido el paso”. Toma un atajo, y otras veces da rodeos, callejea sin más. Piérdete, te acabarás encontrando, incluso en mitad de un bosque, en mitad de la lluvia, bajo las montañas de libros con los que aprendes, con los que lloras, con los que sueñas. Arriésgate; alguien dijo, cargado de razón, que las únicas locuras de las que te arrepentirás son aquellas que no cometas. Sé un completo desastre, o busca la perfección, pero no te pierdas tú en el intento. O piérdete, pero para encontrarte.
…Cuando mayo te traiga el último examen, vístete de blanco con más orgullo que nunca, y descorcha una botella en mitad del hall gris, y salta y grita de alegría. No pares de sonreír. Aunque llueva.

Sabes que todos los finales llegan. Compras billete de vuelta y piensas en esa fecha. Haces tus cálculos. Junio de dos mil trece. Qué lejos queda cuando lo piensas por primera vez. Después, los años luz se van convirtiendo en meses; después en días, porque últimamente al tiempo le ha dado por volar. Y de repente han pasado seis años.
Esta tarde te pondrás muy guapa. Echarás de menos a los que ya no están, y a los que no han podido venir. Algunas andan ocupadas historiando a mocosetes y a embarazadas. Esta tarde abrazarás con ganas, de verdad, a quienes pensaste que no querrías abrazar ése día bajo ningún concepto. Llorarás de alegría. Porque esta tarde te colocarán sobre los hombros esa banda amarilla, porque al fin lo has logrado: Licenciada en Medicina.
Pero antes que en médico, sin duda, estos años me han convertido en persona. Es lo que estoy aprendiendo a ser, y es que por fin voy sabiendo quién quiero ser.
El sueño de ser médicos no ha hecho más que empezar. Hemos de seguir alimentándolo durante el resto de nuestras vidas. Con cada historia clínica, en la primera guardia, en la primera incisión. Con el primer abrazo que ofrezcas, en cada gracias con que un paciente te honre, con las lágrimas que enjugues, con las vidas que, para bien o para mal, trastoques como un huracán.

GRACIAS a todos los que formáis parte de este gran sueño. GRACIAS a todos por hacerme PERSONA, porque gracias a vosotros me estoy convirtiendo, pasito a pasito, en MÉDICO. 

domingo, 5 de mayo de 2013

Vivo en números rojos


Su abrazo. Su voz suave. Su olor, ése que impregna mis fulares y el cinturón del coche cuando “me los roba”, y así la siento cerca aunque estemos algo lejos. Sus asaltos furtivos a “la cueva” cuando estoy estudiando, para que pruebe lo que sea que está inventando en la cocina o para salvarme, en el punto exacto del día en que empezaba a hacerme trizas. Los conciertos de Los Secretos, y los momentos estelares en que no hay mejor escenario que el habitáculo del coche para nuestros pinitos como cantantes. Su bondad y su paciencia infinitas. Su valentía, su fuerza. Lo guapa que es. Esa habilidad que tenemos para hacernos mutuamente radiografías del alma cuando los ojos y las palabras tratan de engañarnos. Sus manos y sus ojeras cuando se reúnen de madrugada para traer vidas al mundo. Su intuición y sus maneras de bruja buena. Sus besos de buenas noches para sus dos gordas.

Me da todo sin exigirme nada. Le debo tanto, tanto, que vivo permanentemente en números rojos. La admiro tanto que nunca podré escribirle nada lo suficientemente bello. La abrazo tanto que juraría que su piel tiene ya mi forma.

Ni en un millón de años tendría tiempo suficiente para devolverte cuanto me entregas, Mami. 

Feliz día :)

viernes, 26 de abril de 2013

Lo que es abril


Abril es un paseo en el que descubres una insólita pareja de patos en la charca que se forma cerca del colegio cuando llueve. Abrir la ventana para tener el honor de ser público del espectáculo que ofrecen las ranas en su concierto nocturno. Abril es agua, es recorrerse Madrid con frío y lluvia, y viento. Es caminar, caminar, caminar hasta localizar los frescos de Goya junto al Manzanares. El Madrid que no conocías y siempre quisiste conocer. El Madrid que, puede, te ayude a saber dónde pararás en doce meses. Es callejear por ese barrio “de modernos”  con la intención de alcanzar esa calle, y observar pensativa el portal, número veintitrés, donde se apagó la voz profunda, triste, rota, de Enrique. Es una cajita con El Beso de Klimt llena de té que huele a chocolate negro, y, sobre todo, es quién te la regala. Es volver a ver a viejos amigos y recorrer con ellos el Paseo del Prado. Y, con viejos amigos, es tomar  un té con vistas al templo de Debod y escuchar embelesada hazañas sobre Egipto y sobre cómo hemos cambiado (no tanto, en el fondo).

Abril son estaciones de tren y conversaciones ajenas entre viejos y jóvenes. Son niños que ríen y alborotan, que riegan las plantas con el abuelo y que crecen por momentos. Que se inventan el resultado de las sumas que les pregunta su hermano mayor porque aún no tienen ni idea de que dos más dos son cuatro (ni falta que les hace). 

Abril son cielos tricolor, son nubes rabiosas que se arañan y se hacen jirones fabricando tormentas y tardes cálidas que regalan certezas breves de que el verano se acerca.

Abril es magnificar los sueños y ver cómo mis mires alcanzan los suyos (y vivir unos días actualizando cada equis tiempo la web del Ministerio, por qué negarlo). Es disfrutar de los sábados aprendiendo y reaprendiendo,  y, sobre todo, de los domingos. Es achuchar a la Gorda, y bañarla pillándola de improviso porque, si no, no hay manera. Y que se seque al sol.

Es la felicidad en forma de cuadernos nuevos que da pena estrenar. Es disfrutar con una novela sobre Afganistán, es negarse a apagar la luz por la noche porque los libros te atrapan como solían hacer. Abril es soñar contigo, y descubrirme enfadada con el sol por la mañana por haberme despertado antes del beso.

Es una lagrimilla traviesa que se escapa en las noches de cansancio y de soledad; y cuando te sientes culpable, y cuando quisieras abrazar muy fuerte y algo más fuerte aún te lo impide. Abril es perdonar, comprender, tratar de ver sólo lo bueno. Maquillar a la virtud para que los defectos no le hagan feo. Pero eso, abril, es harto difícil cuando es más el peso que el paso de los años; es tan difícil cuando ganan por goleada el rencor y el dolor. Aunque la victoria no sea justa.

Abril es compartir alguna pena en cementerios no tan olvidados. “Veinticuatro años viniendo todos los días”, me cuenta mi vecino, y su luto y sus ojos se empapan tras las gafas. Otras losas las ensucia el polvo de un olvido veloz y la falta de flores frescas. Después, cambiamos de tema y, mejor, mucho mejor, reímos;  “…de lo que pensaría si te oyese”. 

Son conciertos con mi melómano favorito.

Abril es el milagro mundano que se obra a la hora del desayuno cuando te regalas dos minutos más y lo haces especial con un zumo de naranja (o con el bizcocho de mamá). La magia de la cotidianidad, de ése equilibrio que la vida improvisa cada mañana para continuar girando y bailando. Frágil, candente, tembloroso a veces, pero tan vivo.

Es ropa tendida meciéndose lenta, es ruido de cacerolas y aromas que se escapan desde las cocinas para colarse por las ventanas abiertas, por la escalera. La música que, desde el tercero de la puerta del felpudo rojo que hace un guiño a Hollywood, me eriza el vello de la nuca todas las mañanas. Es todo cuanto observo en el patio trasero cuando me levanto, aburrida, de estudiar cosas absurdas: los trocitos de vidas que se intuyen en esas ventanas. Y me pregunto si no será la de tu cuarto alguna de esas cortinas. Y me imagino el espacio que llena tu risa y el vacío que deja tu ausencia, y me sorprendo una vez más preguntándome qué poetas atestan tus estanterías, qué discos escuchas estos días, y si tú también doblas las esquinas de los libros cuando ésa frase te arranca una sonrisa leve. Y me concedo valor por momentos, y después me vuelcas el corazón y los esquemas cuando creo verte y luego no te veo. Es el poder asombroso que tienes para convertir en color una tarde gris y para que la lluvia pase de incordiarme a besarme. Como yo te besaría.

Quizás abril es abril porque hace mucho que no me lo robaban.

jueves, 11 de abril de 2013

Los onces de abril


Hoy vuelve a ser once de abril. Hace tres años que no se escucha tu risa, ruidosa, por estos lares. Aunque, la verdad, no me cabe duda de que, allá arriba, resuenan tus carcajadas atónitas, incrédulas, ante el folletín del que somos tristes espectadores.
Y hoy hace tres años que duele tu ausencia, que se pelean a codazos mi risa y mi llanto cuando me acuerdo de ti; salen a escena por turnos, echándote de menos. Queriéndote de más.
Duele no poder contarte lo mal que iba todo, y que, después de todo, todo mejoró. Duele no tener testigo de excepción de mis desventuras, mis viajes, mis amores imaginarios, del fin de esta etapa en la que yo contaba contigo. Dolerá el sitio vacío que yo siempre quise guardarte a ti, “la impedida”, el día de mi graduación.
Duele mucho no verte. Consuela sentirte, imaginarte, recordarte tal como fuiste, y quererte aún, a pesar del infinito, por siempre. 

lunes, 11 de marzo de 2013

De decisiones y cortocircuitos


En algún punto en el espacio y el tiempo de mi corta existencia, en alguna de esas tardes como espectadora de carreras de gotas de lluvia en el cristal del coche volviendo de Madrid, o en alguna de esas mañanas en que llegaban al buzón fascículos nuevos de “Érase una vez los inventores”, algún cable enmarañado en mi cabeza de imaginación creciente y desbordante debió hacer cortocircuito y decidí, de forma inconsciente, que quería ser contadora de historias. Inventora de vidas, de conversaciones, de sensaciones, de recuerdos. Que quería crear. Que necesitaba emocionar y emocionarme. Que me sentiría tranquila en cualquier lugar mientras hubiese cerca de mí lápiz y papel y vistiese un jersey a rayas. Que no me enamoraría jamás mientras no me hiciesen temblar y mientras no me dejasen sin habla.

En alguna otra intersección espaciotemporal decidí que quería ser médico. Para no inventarme vidas e historias, sino para ser testigo de ellas y, en ocasiones, salvarlas. Cambiarlas. Trastocarlas. Para guardar para siempre conmigo las sonrisas, los abrazos y las lágrimas más sinceros y puros.

En el punto actual, llevo de la potencia al acto tales decisiones. Sigo inventándome historias y contando otras. De vez en cuando, alguien se emociona con mis palabras. Escribir y garabatear me tranquiliza. Me he enamorado una vez, o ninguna. He sido partícipe, desde el rinconcito a la sombra del médico, o alzada sobre un cajoncillo de madera,  asomando la mirada curiosa por detrás del cirujano, de la vida en su vibrante principio y en su oscuro final.

El sábado comencé la preparación de mi examen MIR: un pasito a pasito en el que tendré momentos de locura transitoria, en el que me acercaré más al médico que, en poco más de doce meses, comenzaré a ser. Bendita rutina. Benditas decisiones.

jueves, 7 de marzo de 2013

-¿Café solo? - No, contigo.


Nos tocó vivir en la era del no romanticismo, del ego y las altas expectativas; en el tiempo en que, a falta de cariño, surgían espontáneos que ofrecían abrazos gratis en mitad del bullicio de las ciudades grandes. Los besos ya no se robaban: pasaron a convertirse en moneda de cambio en el negocio apresurado de un rato de calor.

Nos robaron la juventud y nos la cambiaron por metas, por cifras y por relojes exprimidos. Nos machacaron incesantemente el alma y nos relegaron a un rincón oscuro y frío, a la sombra de los fantasmas densos de sonrisas que algún día existieron quién sabe dónde.

Pero rescatando sin quererlo un entusiasmo perdido yo me enamoré profundamente. Raramente. Inesperadamente. De un modo más irracional que nunca, más fuerte que mi férrea voluntad. 
Se resquebrajaron sin motivo mis fortísimos muros y me enamoré de ti sin tú saberlo, de la vida y su discurrir. 

Me enamoré indefectiblemente, incondicionalmente, idiopáticamente. Me enamoré sin que aquello formase parte de mis cuadriculados planes mientras buscaba tus zapatillas grises en las mañanas heladas, al calor del café caliente que tomabas solo y que, luego, un día, cargada de valor y excusas tergiversadas y con las rodillas flojas, muy flojas, te pedí que tomaras conmigo. De tu voz áspera e intoxicada, de tus maneras suaves, de tu pelo alborotado y de tus manos hábiles. De reírme cuando pienso en las estrellas que dibujas en mi espalda, de las chispas de vida que brotan de tus ojos raros. De las canciones compartidas aunque tú no lo sepas. De llegar a la conclusión de que la octava maravilla del mundo es el milagro de tu vida y la mía.

Años después caí en la cuenta de que me desenamoré, al escribir sobre tu amor sin temblar. Al otro lado del cristal nuestra historia se escurría con la lluvia calle abajo, desaparecía camuflándose en los charcos. Pero también caí en la cuenta de que indefectiblemente, incondicionalmente, eso sólo sucederá hasta que me tope de nuevo contigo y vuelvas a desencajarme, una a una, las piezas rotas. 

  

miércoles, 13 de febrero de 2013

Febrero y tardes con Teresa


Febrero trajo montones de promesas en su brevedad. Saludaron tímidas, aún al abrigo de sus yemas, las primeras flores. Dio permiso a la tibieza para acariciar mejillas y al sol para estirar un poco más las tardes. 

Febrero trajo la vida en un día largo, en una tarde de lluvia, y la llamó Teresa, y la trajo envuelta en la más bella historia de amor que yo haya conocido. Febrero hizo formar filas al dorado de tus brazos al ritmo que marcaban los versos de aquella vieja canción.

Febrero, además, dejó de ser sinónimo de llanto al darme en mano la certeza de que seguías conmigo, o, al menos, cerca de mí.

Llegó para lamerles las heridas, para despeinarles y perfumarles de salitre. Para acercarles a horizontes que alguna vez se les antojaron inalcanzables, para saborear cremoso helado en el mismo lugar, tantos años después, tantas personas después, tantas risas después. Quién sabe si para enamorarse de nuevo, si es que aquello fue, alguna vez, amor.

Febrero embalaría seis años en cajas de cartón y en una hermosa colección de momentos. Y nos regaló tardes con Teresa.