jueves, 26 de abril de 2012

Ensayo y error. Y acierto


Con mi mano contusionada, la inspiración de día libre y una maravillosa noche de primavera (incluida terracita, paseo y riquísimo helado en buena compañía) hoy os dejo un texto de Elsa Punset, filósofa, hija de Eduardo Punset, de la revista Telva de septiembre de 2011. Que lo disfrutéis tanto como yo :)


"Aunque todavía no he podido leerlo, me encanta el título del último libro de Albert Espinosa: Si tú me dices ven lo dejo todo…pero dime ven. Asegura el autor que se lo sugirió una señora mayor a la que conoció en una tienda, que le advertía del peligro de dejar pasar la vida desde la orilla sin atreverse a lanzarse de cabeza. Me encanta que alguien que acumula mucha experiencia de vida me confirme lo que siempre he sospechado: que la vida pasa factura a los indecisos y a los miedosos.

¿Por qué esperamos que la vida venga a nosotros en vez de adelantarnos y tomar la iniciativa? Sospecho que, más que por pereza, es sobre todo para evitar rechazos y vergüenzas. Pero con los miedos y las vergüenzas escapan también por el desagüe casi todas las cosas inesperadas y divertidas, las oportunidades y los encuentros casuales, en fin, la vida que fluye y lo transforma todo si no nos atrincheramos.
De hecho, los estudios sugieren que al final de nuestras vidas nos arrepentiremos más por lo que no hemos hecho que por lo que sí nos atrevimos a hacer, aunque salga mal.

Cuidado pues con darle una importancia exagerada a la equivocación y al rechazo, a protegerse de sus pequeños zarpazos como si nuestra supervivencia fuese en ello. 
Esto no le pasa a mi duendecillo Tici (mi hija), que con la frescura de sus 6 años y un sentido aún limitado del ridículo y del peligro se cae y se levanta varias veces cada día, a veces con lagrimones y lamentaciones, pero siempre con el deseo incontenible de comerse la vida a bocados, de comprenderla, de catalogarla, de colonizarla. Lo de Tici es normal, porque cuando nacemos, traemos dos encargos urgentes de cara a la vida: desarrollar nuestra capacidad de amar y alimentar nuestra curiosidad desbordante por el mundo que nos rodea. De hecho, sólo envejecemos de verdad, por dentro, cuando dejamos de amar y de sentir curiosidad. Suele ocurrir cuando nos empeñamos en construir laboriosamente respuestas artificiales para poner coto a la fluidez mareante de la vida, cuando dejamos de descubrir y de arriesgar, de aceptar, incluso, el fracaso. Entonces nos inquietamos, nos comparamos, y nos lamentamos exageradamente. Podemos intentar paliarlo con fármacos, pero son un pobre sustituto para las ganas de vivir.
El abuelo de Tici lo llama, desde que yo era pequeña, la infinita capacidad de la gente para hacerse infeliz. Eses es un mal que no parece afectar a mi pequeña, que acaba de despertarse y ya se ha instalado sobre mi cama. Canturrea y charla a mi lado, entremezclando preguntas dispares acerca de monos y nacionalidades, todo ello puntuado con una versión casera de la canción de Bob Esponja aderezada de unos ingeniosos versos especiales dedicados a Patricio. Es domingo, son las 8 de la mañana y me cuesta seguirla. “¿Sabes que cuando Patricio se pelea con Bob Esponja es más inteligente?”- afirma con las cejas levantadas-. Me cuesta creerlo, pero ella está claramente convencida de ello. Y probablemente tenga razón: la vida, aunque estalle con brusquedad, necesita movimiento para seguir fluyendo. Abro la boca para explicárselo, pero mi duendecillo ya me dejó atrás y me presenta nuevos retos por resolver. “¿Sabes cómo se llama un gorila con un plátano en cada oreja?” pregunta mirándome fijamente. Intento aventurar una respuesta pero de nuevo llego tarde: “Da igual cómo le llames, ¡no puede oírte!”, exclama con una carcajada. A veces creo que practica la curiosa hazaña de hablar sin respirar, aunque más que hablar parece que zumba como uno de esos abejorros grandes y rayados que tanto le gustan. ¿Será ése su secreto?
Al fin surgen unos segundos en silencio y luego…” ¿Cómo se dice continuará en inglés?”..."To be continued”, sentencio yo con un discreto suspiro de alivio. Ella se me queda mirando perpleja, intentando repetir mentalmente las palabrejas incomprensibles que acabo de pronunciar. Al cabo de unos segundos veo en su carita que lo da por imposible. “¡Pues eso!...”, exclama finalmente sin darle la menor importancia, mientras salta de mi cama rumbo a la vida. 

Vivir es muchas cosas. Pero a vivir se aprende a base de ensayo y error; de vez en cuando, aciertas. 

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