jueves, 28 de agosto de 2014

Julio: Rayos y truenos. Mañanas en el subsuelo

Julio tenía la fea costumbre de perder las formas conmigo. La desfachatez de despertarme sin llevarme el desayuno a la cama y sin haber dejado antes la habitación flotando en una suave penumbra. Como cuando mamá trabajaba, y yo pretendía negarme, cabezona como la que más, a ir al colegio. Entonces mi niñera tiraba fuerte de la sábana, de golpe, y me hacía sentir frío. Y no me quedaba más remedio que abandonar la seguridad y el calor de las mantas.
Pues así solía ser julio conmigo. Se volvía brusco, violento y despiadado, y nos despertó a todos, desarropándonos, con noticias frescas y putas que se nos estampaban en los morros como una bofetada de realidad. Nos volteó la existencia: al arrancarles de cuajo su juventud, al recordarnos lo finito del mejor amigo del hombre. 
Julio boxeaba conmigo: me dio golpes fuertes. Qué bueno que, por eso, julio me ha enseñado a vivir con más intensidad. A espabilar un poquito. A perpetuar a mi mejor amiga en siestas conjuntas, en rascar su barriga perruna durante horas, en montones de fotos y galletas fraccionadas en pedacitos a la hora del desayuno, siempre compartido cuando vuelvo a casa. Debe ser lo único que esa tragona bola de pelo mastica :)
Esta vez julio no iba a ser menos, y se presentó gris y fresco, y trajo, otra vez, noticias frescas, y grises oscuras, y muy putas. Pero creo que, a pesar de todo, Madrid no quería espantarme en nuestro primer verano juntos con calles hirviendo a treinta y nueve grados. Así que julio le refrescó su asfalto, tan gris como él, con algún que otro chaparrón, justo en los días en que olvidé mi paraguas. Y qué bien, oye: que la lluvia siempre me limpia por dentro. Y nos encerró durante más de veinte mañanas en el subsuelo, sentados frente a pantallas dobles –y también grises- de dimensiones con las que ni nos atreveríamos a soñar en las guardias de Urgencias. “Radiografía de tórax, dos proyecciones…” una y otra vez, a media voz, susurrado a ese aparato que entendía a veces lo que debía, y otras lo que le daba la gana. Qué potente somnífero. 
Y a pesar de la ausencia de pacientes –que compensábamos indagando en la evolución de Aniceto and company-, aquella tormenta no estuvo tan mal. Escapábamos de la sala de lecturas en busca de cafeína y quién sabe si de inspiración, de suerte o de risas en la encrucijada de las máquinas de cocacola. Perdíamos el tiempo, ganábamos la vida. Y al final, admitámoslo, hasta aprendimos. Cómo buscar un derrame pleural con fundamento, qué demonios significaba –por fin- la socorrida coletilla de la redistribución vascular, a la que tantas veces recurrimos en un fallido intento de sonar profesionales. Fuimos la envidia de todos, con nuestro exclusivo y benevolente horario laboral. Aunque a veces nos sintiéramos tan en la facultad.

Y es que si algo he aprendido es que no puedo dejar de aprender. Nunca. Nos enseñen julio y sus palos, nuestros mayores o hasta nuestros pequeños. 

2 comentarios:

  1. A veces nos movemos más que otros especialistas, incluso quitamos trombos de la cerebral media... de pacientes claro. Saludos

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    1. ¡Jaja! Lo sé...Para nada pretendía generalizar con esta entrada; no seríamos nadie sin la Radiología, pero un mes única y exclusivamente en placa de tórax se me hizo algo pesado. Ya se sabe...para gustos, los colores, ¡y menos mal! Nos necesitamos unos a otros :) Saludos de vuelta, y gracias por tu comentario.

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