miércoles, 25 de junio de 2014

De balcones y Nefrología

Desde mi balcón veo uno de los altísimos edificios de Plaza de España. El que no está vacío; ése dicen que lo han comprado unos chinos. En este junio, que quisiera ser del norte y nos concede una tregua al asfalto y a los viandantes, me gusta asomarme, después de cenar, y  ver cómo el día no tiene prisa por irse a dormir. Que son casi las once y la luz no se apaga. E imaginar qué vistas indiscretas y privilegiadas tienen los habitantes de ese edificio, que salvaguardan su intimidad en las alturas. No como una servidora, a la que no le queda más remedio que saber que los vecinos de enfrente tienen las mismas sábanas de Ikea que media población española y, si me apuras, hasta veo esta noche la televisión con ellos, de balcón a balcón. Y, viceversa, mi cotidianidad también se intuye entre visillos y tras los estores (de Ikea, también).  Es  lo que tiene vivir en un segundo piso, en una callecita estrecha con balcones atestados de plantas y molinillos de colores, donde tan pronto escucho ligar en italiano o maldecir el empedrado en inglés, como veo procesionar hasta los bares camisetas de fútbol de todos los colores (la roja ya no, ya saben que esta vez ni olimos la gloria balompédica), o un mendigo con la voz cascada canta una de Sabina. Cosas de Madrid.

Y entre tanto, mientras sueño con vivir en un vigésimo noveno piso con vistas al templo de Debod, Quique y Mr. Clooney vuelven a la vida en la Unidad de Agudos de Nefro. Les pusieron VMNI, les cubrimos cocos con Vanco, les dializaron de urgencia, les bajó el potasio. Cuando todo fue mejor, nos echamos unas risas. “Encantado, doctora”, me dice los días que me quedo sola. “Y yo más”, le respondería, aunque lo dejo en un cortés "igualmente". A pesar de la Intranet y de la hipoglucemia cuando aún me queda mucho por hacer en la mañana. Aunque a veces me sienta más secretaria que médico. Aunque las sesiones clínicas discutiendo sobre lo humano y lo divino de las glomerulonefritis se me hagan tan densas, pero no tan dulces, como la miel. Encantada, a pesar de los pesares; para pesares el de Constantina: es posible que ella corra distinta suerte a la de Clooney. Tenía la mirada ausente, y las manos demasiado frías.


Y en un parpadeo, de casa al trabajo, y del trabajo a casa: la línea amarilla. Señoras gordas, pluripatológicas en potencia; ese hombre que ofrece pañuelos, y que bien, por la edad que aparenta, podría ser mi padre. Las caras de sueño, los libros electrónicos conviviendo en aparente armonía con los de verdad: los que tienen los bordes sobados y las esquinas dobladas, y al abrirlos huelen bien. Las vueltas multitudinarias de los jueves, después de la cerveza fría. El día en que caí en la cuenta de que, por fin, me había olvidado de que hubo un tiempo en que buscaba sus zapatillas grises. Quizás la mala noticia es que, ahora, lo que busco sin quererlo es tu pelo.Y entre todo, las pausas y las prisas llevándose bien. 

P.D. Mi portátil murió por quinta vez sin opciones de reanimación, y Ana María Matute se fue hoy, así que yo tuve que coger prestado el de mi buen amigo J cuando se me apareció esta sentencia suya que tan al pelo me viene: "Escribir es un deseo de recuperar todo lo que se ha vivido y se ha perdido".

:)


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