La
primera tarde que me quedé sola, una vez más, pero esta vez más de verdad, descargamos el coche, nos
besamos, cerramos puertas, y dejamos caer un hasta pronto; aunque yo sabía que era
un adiós aquello que llevaba tiempo preparándome para decir a lo que había sido
hasta entonces. Y aquel mayo me supo a septiembre: saqué algunos pedazos de siete años para colocarlos entre cuatro paredes; deshice maletas; nos presentamos todos. Incluyendo
nombre, especialidad, y año. Nunca antes una primera toma de contacto tuvo tanta
información.
La
primera vez que, temprano, me topé con la mañana fría al salir a la
superficie desde la boca de metro, sonreí. Y es que, con lo que me costó llegar
hasta aquí, no íbamos a ponerle mala cara. A pesar de que sé que más de una vez
me sentiré muy pequeña en la estación de los hologramas gigantes. Al atravesar el umbral de la puerta, sonrisa puesta, alguna de aquellas primeras
mañanas, escuché decir “Qué mierda todo, Paco”. Y pensé que, seguro, llevaba razón: a saber qué era ese todo, y pensé también que qué sabré yo a
estas alturas de miserias ajenas, si hasta el momento han pasado a mi lado sigilosas, sin hacer
ruido, y con la cabeza gacha. Pero tres semanas en el hospital me han bastado para saber que van a trabajar mano a mano conmigo: las miserias, lo más bajo, la impotencia, la incertidumbre. Pero también las soluciones, las alegrías, los "todo ha salido bien". Y estaré ahí con ganas
de acompañar, de consolar, de dar esperanzas, ofrecer sonrisas y algún abrazo. Aprendiendo a hacerlo, despacito y buena letra.
El primer
domingo sola di dos vueltas de llave para sitiar a la pereza, y me perdí entre
libros, dejándome arrastrar por una marea de gente tan curiosa (o tan ociosa) como
yo. Y esa tarde Madrid me enseñó que entre tanto bullicio también hay hueco para
el silencio: que entre sus árboles desaparecen el tráfico y el ruido, y, si quieres,
hasta las preocupaciones. Si es que alguna vez las hubo. Si me hubiese acordado de cuánto te disfrutaba, Madrid, no hubiese dudado tanto, pienso mientras "subo y bajo Gran Vía".
Y en las
primeras sesiones clínicas, en las primeras “lecciones”, me volví a pillar
a mí misma in fraganti con la sonrisa boba: agarrando en la mano fuerte, pero suavemente al tiempo, para que no quiera irse, la certeza de que no me he equivocado. De que Anestesia y
Madrid pasarán a mi historia como unas de las decisiones más cuestionadas, pero sin duda
las más acertadas.
…¿Y qué le hago yo si me sobran las ganas?
¡¡¡Me encanta!!!! Me encanta poder leerte y saber que estás contenta con la decisión!! =)
ResponderEliminar¡Gracias, Irene! Me alegra que te guste, y que estés contenta por mí :) Con lo que me costó decidirlo...si hubiese sabido lo feliz que sería no le hubiese dado tantas vueltas. Ya lo comprobarás. ¡Un abrazo!
EliminarQué bien que estés contenta con tu elección :)
ResponderEliminarUn lujo de prosa, como siempre
Un saludo :)
Sí :) Gracias por el cumplido :D
Eliminar¡Un abrazo!