sábado, 27 de octubre de 2012

De surrealismo y asaltos al congelador


O llámenlo humor. O amor propio. O formas de subirse una misma la autoestima y no dejarse caer en la ciénaga apestosa de Shrek o de cualquier otro monstruo verde o morado, me da lo mismo, que lo mismo me da. O autocompasión.

No lo sé. Se me acaban los adjetivos y los sustantivos. Sólo sé que es otoño, que llueve, que hace frío, pero no demasiado. Que me caliento las manos alrededor de un café que ya se está enfriando, y eso que me lo acabo de preparar. Tenían que verme, como una yonki de los aromas torrefactos (visualicen a La Hierbas de aquella famosa serie), encima de la cafetera, moviendo hacia mis fosas nasales, con grandes aspavientos,  el humillo que bailaba hacia el techo. Lo que les decía: que ante la intangible realidad de mis días actuales, mejor me río de mí, me, conmigo.
Sólo sé que en estas últimas semanas de locura me he abalanzado  en más de una ocasión sobre una cuchara de sopa (para entendernos) que he agarrado con fuerza bruta para excavar en la tarrina del helado que sobró de noches de jueves en deliciosa compañía (gracias por tanto, chic@s). Que devoraba ese chocolate frío con ansiedad y me reía, consolándome con un “ya pensaremos en alimentarnos en condiciones cuando pase la tormenta”. Pero luego, al tratar de embutirme en esos maravillosos pantalones encerados made in Amancio que aún esperan, con la etiqueta sin cortar, el momento glorioso en que el proceso de puesta sea menos trabajoso, ahí, queridos amigos, ya no me reía tanto y me exigí posponer menos el día D de Dietaotravez.

Sólo sé que si me río de mí misma es por no llorar tanto, y porque sí, el momento hierbas y asaltacongeladores en el fondo es divertido (y el momento Bricomanía, pero eso se lo contaré “en el próximo capítulo”). Y porque lo necesito. Y ustedes también, sea cual sea su situación. Así que repitan conmigo: ¡ JA, JA, JA!


:)

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