Febrero trajo montones de promesas en su brevedad. Saludaron
tímidas, aún al abrigo de sus yemas, las primeras flores. Dio permiso a la
tibieza para acariciar mejillas y al sol para estirar un poco más las tardes.
Febrero
trajo la vida en un día largo, en una tarde de lluvia, y la llamó Teresa, y la
trajo envuelta en la más bella historia de amor que yo haya conocido. Febrero
hizo formar filas al dorado de tus brazos al ritmo que marcaban los versos de
aquella vieja canción.
Febrero, además, dejó de ser sinónimo de llanto al darme en
mano la certeza de que seguías conmigo, o, al menos, cerca de mí.
Llegó para lamerles las heridas, para
despeinarles y perfumarles de salitre. Para acercarles a horizontes que alguna
vez se les antojaron inalcanzables, para saborear cremoso helado en el mismo
lugar, tantos años después, tantas personas después, tantas risas después. Quién sabe si para enamorarse de nuevo, si es que
aquello fue, alguna vez, amor.
Febrero embalaría seis años en cajas de cartón y en una
hermosa colección de momentos. Y nos regaló tardes con Teresa.
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