De vez en cuando saco conclusiones; es como una especie de
afición. Hay una bastante obvia, pero que olvido con frecuencia, y que, será
por su obviedad, me encanta: que soy humana. Luego se me olvida, repito, pero
de vez en cuando me acuerdo de tal perecedera y frágil condición. Y me siento a
escribir, largos minutos, porque soy humana y tengo necesidades; entre ellas,
esta de aporrear el teclado de un ordenador para calmarme cuando estoy nerviosita perdía y mi frecuencia
cardíaca oscila como si mi miocardio estuviese dándose un voltio en el Dragon Kahn.
Mi propósito de diciembre era escribir prácticamente a
diario. Pero tan firme como mi propósito es lo inalcanzable de mi deseo de un
horario fijo en el que poder encontrar un hueco (“Te equivocaste de futura profesión, maidárlin”, te dice el demoñete que se balancea, guasón, en el
hombro izquierdo). Así que soplo, resoplo, y vuelvo a resoplar mientras maldigo
la carrera, la bibliografía, al tiempo volador y a mis hormonas. Pero luego
vuelvo a tener un periodo de lucidez y vuelvo a acordarme de aquello de que soy
humana. Y por eso no doy más de mí. Porque es humanamente imposible sacar
huecos de donde no los hay. Juro que lo intento. Pero no es posible, no.
Hagamos una revisión de huecos potenciales. ¿Al salir de
prácticas, después de comer? Dado que un día salgo a las doce, y al siguiente a
las tres, y al siguiente, ¡oh, sorpresa!, te cambian otra vez las clases y
tienes que reestructurar la semana entera…Pues no sé, quizás podría adoptar una
actitud cosmopolita, así como de mujer de
mundo, en mis horarios. Total, ¡puestos a probar! Un día como “a la
inglesa”, a las 12.00 p.m.; al
siguiente “a la francesa”: una triste
omelette en “modo pavo de corral”, engullendo sin masticar, rauda y veloz como un
avestruz de largas patas.
Otro hueco: ¿a última hora de la tarde? Ah, no, hermosura, a menos que quieras parar de
estudiar a altas horas, cuando los párpados caigan por su propio peso, o a
menos que quieras faltar a clase de ballet y Pilates. ¡Ah, amiga, eso sí que no!
Mens sana in corpore sano, que decían
en aquel anuncio, y yo lo del corpore,
por eso de que lo decían los griegos antiguos, si no me equivoco, me lo tomo
muy en serio desde que la abuela del yogur –griego,claro- dijo aquello de joroña que joroña y me marcó por los
siglos de los siglos amén).
Total, que peco de persiana: que no puedo cumplir mis
propósitos creativos a la par que desestresantes porque, como soy humana, no puedo
alargar los días más allá de las horas que tienen. Suele ocurrir, entre las
féminas (ustedes, señoritas, se sentirán perfectamente identificadas leyendo lo
que sigue), que cuando no te acuerdas de que eres humana pasas un mal rato (un
mal día si la cosa se alarga) y lloras desconsolada, náufraga en un mar de
hormonas, con el ibuprofeno agarrao
con fuerza cual salvavidas, y te acuerdas del buenorro de Ashton Kutcher en aquella película, y le imploras en
tus rezos secretos que venga y te traiga un CD con una bloody
tracklist para la ocasión. Y lloras desconsolada otra vez más, y te sientes
como si tuvieses, otra vez, cinco años y te hubiesen robado la Barbie de turno siemprejuntassí-¡tequieromamá! (¿recordáis
el anuncio?).Y al día siguiente te preguntas por qué pasan estas cosas, y te
respondes rápido con la réplica que llevas tiempo elaborando y repitiendo como un
mantra estos días en que el temario aprieta pero el tiempo lo hace más: soy humana, soy humana, soy humana. Soy
humana y tengo hormonas. Lloro, tropiezo, me caigo, me levanto, pero me vuelvo a
tropezar en la misma piedra. “Aprende de
tus errores”, te dice el pesao
del angelote colgante del otro hombro. Pero si la piedra te la pone tu organismo
ahí, mes a mes…¿cómo la evitas? ¡Si más que una piedra parece el iceberg del
Titanic! ¡Hombre ya, derrotemos de una maldita vez a estos malvados estrógenos
y progestágenos!
En fin, nada que el mantra y unas tortitas
hiperchocolateadas preparadas con amor de madre no puedan solucionar. A pesar
de ello, la carga estrogénica es alta, muy alta, y te vas enfurruñada a la
cama. Pero te duermes rápido, las hormonas te provocan hipersomnia. Ellas son
así. Complejas, coñazo como ellas solas, les gusta incordiar. Vienen de visita cada mes para abrir la
puerta de tu durmiente mala leche, que sale como un toro bravo al ruedo (pobres de los que tengan la mala suerte de estar a tu alrededor en esos días) y dar vía libre a los comedones de tu piel
para que hagan su metamorfosis mensual a volcanes en erupción.
Así que, cuando me veáis llorar, que sepáis que no soy yo:
son mis hormonas.
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