La ducha de los viernes. El olor a desayuno, y las lágrimas
que se secan preparando bizcochos (por fin suben, ¡dimos con la harina
mágica!). Después de la tormenta siempre llega la calma. Los abrazos a tiempo y a destiempo,
al por mayor y a demanda. El asalto
súbito, a la altura de la cadera, de unos ojos tintados de un azul insólito;
una vocecilla y un abrazo: la frescura, la espontaneidad, hechas personita.
Los
últimos cielos de abril, que parchean el azul de blancos y negros. Los abrazos
al abuelo. Las llamadas inesperadas, y el feed-back, que, en el fondo, siempre
funciona. Colocar a la Gorda una cinta rosa sobre el collar, y llamarla “chica
guapa”; ésa bola de pelo blanco siempre me hace sonreír.
Los gatos que, demasiado rollizos para ser callejeros, cazan
pájaros en el tejado de enfrente.
Los folios desparramados, y los dedos manchados con trazos multicolor.
La concentración que amenaza con marcharse para no volver; entonces te
acuerdas de las fotos que esconden historias, y las historias que aún no
sabemos si terminarán también colgadas de esos corchos. Las vidas que penden de
un hilo. La fragilidad de la existencia se hace más evidente entre esas cuatro paredes. Las lágrimas que se camuflan en una nana, y, al fondo, la esperanza.
Recordar que todo el esfuerzo merece la pena. Que tras tanta lógica
hay, en realidad, mucha magia.
Felicidades¡¡¡sentimiento y emoción que sale de la una conexión con el aquí y ahora...es un escrito que demuestra que la cabeza no manda siempre. Un abrazo y besos.Esther.
ResponderEliminarMe alegro de saber que en el fondo, al final, no me está saliendo tan mal :) Muchísimas gracias por tanto, de verdad! Un besazo!
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