Con mi mano contusionada, la inspiración de día libre y una maravillosa noche de primavera (incluida terracita, paseo y riquísimo helado en buena compañía) hoy os dejo un texto de Elsa Punset, filósofa, hija de Eduardo Punset, de la revista Telva de septiembre de 2011. Que lo disfrutéis tanto como yo :)
"Aunque todavía no he podido leerlo, me encanta el título del
último libro de Albert Espinosa: Si tú me dices ven lo dejo todo…pero dime ven.
Asegura el autor que se lo sugirió una señora mayor a la que conoció en una
tienda, que le advertía del peligro de dejar pasar la vida desde la orilla sin
atreverse a lanzarse de cabeza. Me encanta que alguien que acumula mucha
experiencia de vida me confirme lo que siempre he sospechado: que la vida pasa
factura a los indecisos y a los miedosos.
¿Por qué esperamos que la vida venga a nosotros en vez de
adelantarnos y tomar la iniciativa? Sospecho que, más que por pereza, es sobre
todo para evitar rechazos y vergüenzas. Pero con los miedos y las vergüenzas
escapan también por el desagüe casi todas las cosas inesperadas y divertidas,
las oportunidades y los encuentros casuales, en fin, la vida que fluye y lo
transforma todo si no nos atrincheramos.
De hecho, los estudios sugieren que al final de nuestras
vidas nos arrepentiremos más por lo que no hemos hecho que por lo que sí nos
atrevimos a hacer, aunque salga mal.
Cuidado pues con darle una importancia exagerada a la
equivocación y al rechazo, a protegerse de sus pequeños zarpazos como si nuestra supervivencia fuese en ello.
Esto no le pasa a mi duendecillo Tici (mi hija), que con la
frescura de sus 6 años y un sentido aún limitado del ridículo y del peligro se
cae y se levanta varias veces cada día, a veces con lagrimones y lamentaciones,
pero siempre con el deseo incontenible de comerse la vida a bocados, de
comprenderla, de catalogarla, de colonizarla. Lo de Tici es normal, porque
cuando nacemos, traemos dos encargos urgentes de cara a la vida: desarrollar
nuestra capacidad de amar y alimentar nuestra curiosidad desbordante por el
mundo que nos rodea. De hecho, sólo envejecemos de verdad, por dentro, cuando
dejamos de amar y de sentir curiosidad. Suele ocurrir cuando nos empeñamos en
construir laboriosamente respuestas artificiales para poner coto a la fluidez
mareante de la vida, cuando dejamos de descubrir y de arriesgar, de aceptar,
incluso, el fracaso. Entonces nos inquietamos, nos comparamos, y nos lamentamos
exageradamente. Podemos intentar paliarlo con fármacos, pero son un pobre
sustituto para las ganas de vivir.
El abuelo de Tici lo llama, desde que yo era pequeña, la
infinita capacidad de la gente para hacerse infeliz. Eses es un mal que no
parece afectar a mi pequeña, que acaba de despertarse y ya se ha instalado
sobre mi cama. Canturrea y charla a mi lado, entremezclando preguntas dispares
acerca de monos y nacionalidades, todo ello puntuado con una versión casera de
la canción de Bob Esponja aderezada de unos ingeniosos versos especiales
dedicados a Patricio. Es domingo, son las 8 de la mañana y me cuesta seguirla.
“¿Sabes que cuando Patricio se pelea con Bob Esponja es más inteligente?”-
afirma con las cejas levantadas-. Me cuesta creerlo, pero ella está claramente
convencida de ello. Y probablemente tenga razón: la vida, aunque estalle con
brusquedad, necesita movimiento para seguir fluyendo. Abro la boca para
explicárselo, pero mi duendecillo ya me dejó atrás y me presenta nuevos retos
por resolver. “¿Sabes cómo se llama un gorila con un plátano en cada oreja?”
pregunta mirándome fijamente. Intento aventurar una respuesta pero de nuevo
llego tarde: “Da igual cómo le llames, ¡no puede oírte!”, exclama con una
carcajada. A veces creo que practica la curiosa hazaña de hablar sin respirar,
aunque más que hablar parece que zumba como uno de esos abejorros grandes y
rayados que tanto le gustan. ¿Será ése su secreto?
Al fin surgen unos segundos en silencio y luego…” ¿Cómo se
dice continuará en inglés?”..."To be continued”, sentencio yo con un discreto
suspiro de alivio. Ella se me queda mirando perpleja, intentando repetir
mentalmente las palabrejas incomprensibles que acabo de pronunciar. Al cabo de
unos segundos veo en su carita que lo da por imposible. “¡Pues eso!...”,
exclama finalmente sin darle la menor importancia, mientras salta de mi cama
rumbo a la vida.
Vivir es muchas cosas. Pero a vivir se aprende a base de ensayo y error; de vez en cuando, aciertas.
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