Abril es
un paseo en el que descubres una insólita pareja de patos en la charca que se
forma cerca del colegio cuando llueve. Abrir la ventana para tener el honor de
ser público del espectáculo que ofrecen las ranas en su concierto nocturno.
Abril es agua, es recorrerse Madrid con frío y lluvia, y viento. Es caminar,
caminar, caminar hasta localizar los frescos de Goya junto al Manzanares. El
Madrid que no conocías y siempre quisiste conocer. El Madrid que, puede, te
ayude a saber dónde pararás en doce meses. Es callejear por ese barrio “de
modernos” con la intención de alcanzar esa
calle, y observar pensativa el portal, número veintitrés, donde se apagó la voz
profunda, triste, rota, de Enrique. Es una cajita con El Beso de Klimt llena de
té que huele a chocolate negro, y, sobre todo, es quién te la regala. Es volver
a ver a viejos amigos y recorrer con ellos el Paseo del Prado. Y, con viejos
amigos, es tomar un té con vistas al
templo de Debod y escuchar embelesada hazañas sobre Egipto y sobre cómo hemos
cambiado (no tanto, en el fondo).
Abril son
estaciones de tren y conversaciones ajenas entre viejos y jóvenes. Son niños
que ríen y alborotan, que riegan las plantas con el abuelo y que crecen por
momentos. Que se inventan el resultado de las sumas que les pregunta su hermano
mayor porque aún no tienen ni idea de que dos más dos son cuatro (ni falta que
les hace).
Abril son
cielos tricolor, son nubes rabiosas que se arañan y se hacen jirones fabricando
tormentas y tardes cálidas que regalan certezas breves de que el verano se
acerca.
Abril es
magnificar los sueños y ver cómo mis mires alcanzan los suyos (y vivir unos días actualizando cada equis tiempo la web del
Ministerio, por qué negarlo). Es disfrutar de los sábados aprendiendo y
reaprendiendo, y, sobre todo, de los
domingos. Es achuchar a la Gorda, y bañarla pillándola de improviso porque, si
no, no hay manera. Y que se seque al sol.
Es la
felicidad en forma de cuadernos nuevos que da pena estrenar. Es disfrutar con
una novela sobre Afganistán, es negarse a apagar la luz por la noche porque los
libros te atrapan como solían hacer. Abril es soñar contigo, y descubrirme
enfadada con el sol por la mañana por haberme despertado antes del beso.
Es una lagrimilla traviesa que se escapa en las noches de
cansancio y de soledad; y cuando te sientes culpable, y cuando quisieras
abrazar muy fuerte y algo más fuerte aún te lo impide. Abril es perdonar,
comprender, tratar de ver sólo lo bueno. Maquillar a la virtud para que los
defectos no le hagan feo. Pero eso, abril, es harto difícil cuando es más el
peso que el paso de los años; es tan difícil cuando ganan por goleada el rencor
y el dolor. Aunque la victoria no sea justa.
Abril es
compartir alguna pena en cementerios no tan olvidados. “Veinticuatro años viniendo
todos los días”, me cuenta mi vecino, y su luto y sus ojos se empapan tras las
gafas. Otras losas las ensucia el polvo de un olvido veloz y la falta de flores
frescas. Después, cambiamos de tema y, mejor, mucho mejor, reímos; “…de lo que pensaría si te oyese”.
Son conciertos
con mi melómano favorito.
Abril es
el milagro mundano que se obra a la hora del desayuno cuando te regalas dos
minutos más y lo haces especial con un zumo de naranja (o con el bizcocho de
mamá). La magia de la cotidianidad, de ése equilibrio que la vida improvisa
cada mañana para continuar girando y bailando. Frágil, candente, tembloroso a
veces, pero tan vivo.
Es ropa
tendida meciéndose lenta, es ruido de cacerolas y aromas que se escapan desde las
cocinas para colarse por las ventanas abiertas, por la escalera. La música que,
desde el tercero de la puerta del felpudo rojo que hace un guiño a Hollywood,
me eriza el vello de la nuca todas las mañanas. Es todo cuanto observo en el
patio trasero cuando me levanto, aburrida,
de estudiar cosas absurdas: los trocitos de vidas que se intuyen en esas
ventanas. Y me pregunto si no será la de tu cuarto alguna de esas cortinas. Y
me imagino el espacio que llena tu risa y el vacío que deja tu ausencia, y me
sorprendo una vez más preguntándome qué poetas atestan tus estanterías, qué
discos escuchas estos días, y si tú también doblas las esquinas de los libros
cuando ésa frase te arranca una sonrisa leve. Y me concedo valor por momentos,
y después me vuelcas el corazón y los esquemas cuando creo verte y luego no te veo.
Es el poder asombroso que tienes para convertir en color una tarde gris y para
que la lluvia pase de incordiarme a besarme. Como yo te besaría.
Quizás
abril es abril porque hace mucho que no me lo robaban.
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