Emulando a Jeanette, entono un sentido “¿Por qué te vaaaaas?”
dirigido a mi capacidad de concentración. Se va, o quizá nunca vino, no lo sé. Creo
conocer la razón de su abandono, y no, no se fue a por tabaco: se fue porque
vinieron todos. Porque es agosto y vinieron todos: “los forasteros”. Ya están
aquí: sálvese quien pueda.
También llamados cariñosamente y a modo de abreviatura “fotes”
por mi sabia madre maternal, forasteros es la palabra que toda viejademipueblo
que se precie utiliza para designar a aquellas personas que vuelven a las villas
manchegas en verano para doblar o triplicar su población y vaciar las
estanterías de los supermercados. Recién llegados de capitales y ciudades
dormitorio desde todos los puntos de España, no vienen solos: son como los
niños, que traen un pan debajo del brazo, pero en lugar de pan lo que traen es
coche con baca con bicis, cónyuge o equivalente, y descendencia variada, entre
infantes y mascotas varias, y las eses
correctamente pronunciadas, que se irán extinguiendo paulatinamente conforme se
introduzcan, de nuevo, en el mundo rural. Huelga decir que difieren, no
obstante, de los recién nacidos, pues en este caso no traen pan: más bien se lo
llevan, el uno de septiembre, junto a los botes con conservas de pisto, el
choricillo y el lomo adobado que la agüela preparó en la matanza de enero; también se les conoce como asaltaorzas. Arrasan a su paso
con huertos enteros.
Sí, agosto es una locura. Pasear a la Gorda sin exponerse a
que se produzcan altercados perrunos con los canes recién llegados sólo es
posible dándose una el madrugón, cosa que en el fondo es harto agradable porque
las ocho de la mañana es el único momento del día en que se puede pisar la
calle sin arriesgarse a derretirse sobre el asfalto cual mantequilla en sartén.
Por cierto, una duda me corroe las entrañas: ¿por qué los fotes dejan de usar
las bolsitas negras perfumadas, que estoy segura sí utilizan en la capital?
¿Acaso en las aceras del pueblo las cacas desaparecen solas? Grandes misterios
de la humanidad (investigaremos el asunto de la hez evanescente).
Y no sólo traen perros y vacían despensas, no. También son
expertos en reformas. Cosa fantástica, oye: significa trabajo para las
cuadrillas de albañiles, un poco de movimiento para nuestra economía. Pero
también significa ruido. Mucho ruido. Excavadoras y otras máquinas motorizadas
y su correspondiente pitido incesante, repiqueteo sobre el cemento, hormigoneras,
la radio, o los cánticos celestiales de obreros cuyo icono de estilo es
Bustamante antes de ponerse cachas. Y polvo: mucho polvo. Así que tienes dos alternativas en lo que a
ventanas/balcones concierne: cierras y el aire no circula (en fin, con la
temperatura que tiene, casi mejor conformarse con que recircule con el
ventilador el aire que tú recalientas), o la dejas abierta y el polvo inunda
hasta el último rincón de la casa.
Además, están mis compañeros de fatigas mañaneras; ¡los
conozco ya tan bien! Nos tenemos tanto aprecio que ellos no sólo vienen en
agosto. No. Desde mayo ponen la banda sonora al comienzo de mis mañanas de
estudio: los vendedores ambulantes. Que digo yo: ese enorme cartel a la entrada
del pueblo que reza “Prohibida la venta ambulante”, ¿qué significa en realidad?
Que vamos, yo prefiero que vengan y paseen por doquier la potencia de su
megafonía y la decoración molona de sus furgos (rótulos como “Mi Mari”, o
enormes Jesuses y/o Vírgenes variadas), ¡que tanto esfuerzo invertido en
tunearlas no puede ser malgastado! Además, me plantean un reto día tras día: el
de adivinar quién nos ofrece hoy su mercancía. Y es que conozco al dedillo cada uno de sus
eslóganes: el del chatarrero, el de la rubia-de-toas-las-semanas , el del rubio
(cabello para todos los gustos), o el de los melones de “La Membrilla”. En
serio, los adoro. Eso sí, en mi ranking de favoritos encabeza la lista el
vendedor de pollos, que, entre anuncio y anuncio, pone canciones de Manolo
Escobar. ¡Y que viva España! Sólo vino
una vez, pero encandiló mis oídos, se hizo con el puesto y no creo que nadie lo
pueda desbancar. El eslogan me lo reservo; merecería la calificación de dos
rombos, y puede haber menores.
Y luego está “el frejco”. A eso de las diez de la noche
comienza el espectáculo: las puertas o portás se abren, las cortinas
(normalmente el modelo estándar de tiras de plástico en marrón y beige) se apartan, y entre
ellas aparecen un desfile de sillas plegables que se despliegan, valga la
redundancia, en las aceras. No, no se sentarán de cara a la pared, que esto es
La Mancha pero tenemos mucho glamour: se colocan al estilo de los cafés
parisinos, orientándose hacia la calle, que no hacia la pared, para hacer el comentario
pertinente cuando cruce el viandante de turno. Si tienes suerte, será algo
bueno, y ni siquiera lo escucharás. Si eres menos afortunado, y especialmente
si tienes prisa, intentarán preguntarte por la vida y milagros de tu tía Rita y
los pormenores de la operación de próstata de tu tío abuelo Eustaquio. Si ya
les das la mano y cogen el brazo, entonces directamente criticarán por vez
número mil la alimentación de tu perra (¿se ha parado usted a observarse la
barriga cervecera, caballero?), o “¿Ya vaaas?” (sí, señora, si sé que me tiene
usted ya la hora cogida).
Por otra parte, los niños me encantan. Pensaba que
no me gustaban y que no tenía feeling con ellos, pero sí. Eso, o mi reloj biológico
se acelera (deténte, hermoso, que no tenemos FM todavía). Pero los niños forasteros están hechos de otra pasta. Pueden ser las dos de la mañana, y puede que tú y otro tanto
por ciento nada despreciable de la población trabajéis y por tanto madruguéis,
que ellos seguirán chillando por las calles como si no hubiera un mañana, o apareciendo
en bicicletas supersónicas en las esquinas, haciéndote pegar el frenazo del
siglo. Pero vamos, que su intención es buena: por si el capó tiene hambre.
O sea, la ley de la selva. Llegan de la ciudad, ven que los
huevos salen de las gallinas, y se nos despendolan las criaturicas. Ea.
¡Así es agosto en el pueblo, amigos! Pero vamos, que lo dicho: yo adoro su fauna y flora. En serio. Mi pueblo
no sería mi pueblo sin la visita estival de los de ciudad, ni el verano,
verano. Y puede que yo me transforme en uno de ellos un día no muy lejano, así
que por la cuenta que me trae…sólo les hago críticas constructivas en forma de
casi objetiva exposición de los hechos.
Pero. los aprecie o no, lo cierto es que cuando llega agosto, se acabó la paz,
se desempolvan mis apuntes de Oncología y se fue mi concentración. ¡Es que es
antinatural estudiar en verano! Menos mal que existe ese bendito artilugio de
gomaespuma rosa que medio salva mis mañanas de estudio: los tapones. Gracias por vuestro esfuerzo bloqueando ondas sonoras intrusas en mi conducto auditivo externo,
chicos, os quiero.
yo mataría forasteros por tí ;D
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